Esperar esperar y esperar. La vida es una continua espera.
El futuro nos acecha, nos busca y nos encuentra, antes o después aparece con una sonrisa irónica que dibuja lo incierto del hombre. Intriga, intranquilidad, incomodidad. Nadie sabe lo que sucederá, lo que la vida le tiene guardado.
Un bolsillo lleno de pensamientos e ideas, cosas que planear y esperar. Porque esperar es lo único que podemos hacer. Esperar pero no desesperar. Porque la espera es la emoción que compone cada uno de nuestros actos. No saber dónde nos llevará cada una de nuestras palabras. Cruzar una mirada con alguien que terminará formando parte de nuestra vida. No ser consciente de las coincidencias, de nuestro propio trayecto, de la estela que dibujamos a lo largo del camino.
Cierto o incierto, pero siempre llega.
Segundos que nos dejan sin aliento y horas que borrar del recuerdo para siempre. Minutos y minutos que se acumulan, que se pierden y no vuelven. Y otros que llegan con nuevas experiencias, situaciones. Rutinas que conforman lo que somos, que nos dan la seguridad que nos adhiere a este mundo, a la tierra de las casualidades y las vueltas de hoja.
Ilusiones que están por llegar, momentos por compartir, por imaginar y recrear en nuestra mente complicada y repleta de sueños rotos que recomponer y por los que luchar. Que la fogosidad de nuestro interior nos mueve por la tierra de los deseos y de la espera. Nos hace volar, sentirnos fuertes para controlar lo que está por llegar. Controlarlo o simplemente aceptarlo.
Porque los mejores momentos son los más inesperados, los pequeños detalles que surgen de la nada, que nos invaden por sorpresa y llenan nuestra mirada de ilusión y felicidad. Una felicidad irreemplazable que no tiene por qué volver. Segundos que se desvanecen igual que llegan. Pero la esperanza por lo bueno siempre permanece, debe mantenerse viva para sobrevivir en el lugar donde todo aparece por sorpresa, sin previo aviso.
Y luchar, pelear por los sueños, por la propia felicidad. Luchar por aquello que nos compone y forma una pequeña parte de nuestro ser. No esperar, adelantarse al destino. Controlar nuestros sentimientos e ilusiones. No pensar, actuar. Porque el tiempo corre y el tiempo no espera. Una existencia efímera, pero lo suficientemente larga como para conseguir aquello que deseamos.
El futuro nos acecha, nos busca y nos encuentra, antes o después aparece con una sonrisa irónica que dibuja lo incierto del hombre. Intriga, intranquilidad, incomodidad. Nadie sabe lo que sucederá, lo que la vida le tiene guardado.
Un bolsillo lleno de pensamientos e ideas, cosas que planear y esperar. Porque esperar es lo único que podemos hacer. Esperar pero no desesperar. Porque la espera es la emoción que compone cada uno de nuestros actos. No saber dónde nos llevará cada una de nuestras palabras. Cruzar una mirada con alguien que terminará formando parte de nuestra vida. No ser consciente de las coincidencias, de nuestro propio trayecto, de la estela que dibujamos a lo largo del camino.
Cierto o incierto, pero siempre llega.
Segundos que nos dejan sin aliento y horas que borrar del recuerdo para siempre. Minutos y minutos que se acumulan, que se pierden y no vuelven. Y otros que llegan con nuevas experiencias, situaciones. Rutinas que conforman lo que somos, que nos dan la seguridad que nos adhiere a este mundo, a la tierra de las casualidades y las vueltas de hoja.
Ilusiones que están por llegar, momentos por compartir, por imaginar y recrear en nuestra mente complicada y repleta de sueños rotos que recomponer y por los que luchar. Que la fogosidad de nuestro interior nos mueve por la tierra de los deseos y de la espera. Nos hace volar, sentirnos fuertes para controlar lo que está por llegar. Controlarlo o simplemente aceptarlo.
Porque los mejores momentos son los más inesperados, los pequeños detalles que surgen de la nada, que nos invaden por sorpresa y llenan nuestra mirada de ilusión y felicidad. Una felicidad irreemplazable que no tiene por qué volver. Segundos que se desvanecen igual que llegan. Pero la esperanza por lo bueno siempre permanece, debe mantenerse viva para sobrevivir en el lugar donde todo aparece por sorpresa, sin previo aviso.
Y luchar, pelear por los sueños, por la propia felicidad. Luchar por aquello que nos compone y forma una pequeña parte de nuestro ser. No esperar, adelantarse al destino. Controlar nuestros sentimientos e ilusiones. No pensar, actuar. Porque el tiempo corre y el tiempo no espera. Una existencia efímera, pero lo suficientemente larga como para conseguir aquello que deseamos.
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